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miércoles, 23 de abril de 2014

MONACATO FEMENINO. ¿QUÉ BUSCAN ESAS MUJERES?

Tenemos el agrado de presentar a Andrés Ugueruaga quien trabaja y reside en Reconquista, Santa Fe. Colabora con varias páginas de internet y publicó los siguientes libros: El bronce de los días; Ensayo y Crítica; En las calles de la eternidad. Colaboró en el 2008 en el Suplemento Cultural Sábado Uno más Uno, diario de México (DF). Y actualmente publica en nuestro medio. Editor/s.

Según Wikipedia, el hábito más antiguo de estas mujeres consagradas a la castidad es precristiano y se remonta a las ardientes arenas del Antiguo Egipto: 2920 – 2613 a. C. En donde las mujeres conformaban el “Harén de dios”, y la de mayor jerarquía era la Esposa, y debía guardar votos de castidad. Esto cabe decir, antes de que existiera la primera religión monoteísta de la humanidad, en la que Akhenaton era la deidad. Desde entonces, la mujer ha tenido la posibilidad de someterse a un dios, destinar su vida, tiempo y energías sólo a él.
El monacato femenino fue una derivación del masculino. Nacieron las Vestales en Roma, vírgenes consagradas a la diosa del Hogar, Vesta. Aunque haya quienes desconocen del monacato femenino en Egipto, muchos historiadores como Plinio El Viejo y Filón de Alejandría testimoniaron sobre el día a día en el pasado. En sus líneas testimonian que vivían sin grandes lujos, ayunando, dedicadas a la lectura de libros y a profesar la sabiduría.



Nace Jesús, y aquí se dividen las aguas. El monacato cristiano, que sin duda encuentra sus raíces en los monacatos romano y egipcio, intenta borrar sus propias raíces. Túnica negra y no teñida, un manto sin flecos, con el mismo color de las mangas de lana que van desde los brazos hasta los dedos de las manos, el corte del cabello, eran una manera de lucir, un manto sin flecos sobre los hombros. Era el aspecto de la mujer dedicada al Monacato según Atanasio, un documentador de la época.
Pasaron los siglos muy rápido, en un abrir y cerrar de ojos: la cacería de brujas, la invención de la imprenta, la creación y caída del comunismo, el arribo del neoliberalismo.
Mucha agua pasó bajo el puente y las monjas hoy carecen de competencia jerárquica en la Iglesia “de los hombres”, tampoco se sabe cuáles son realmente sus necesidades. Apenas si se conoce que llevan el mensaje evangélico.
Pero ¿qué buscan esas mujeres? En el imaginario colectivo, donde cubren sus cabezas con tocas, lucen un crucifijo y visten túnica negra, realizando trabajos humanitarios de una manera sigilosa y mansa… Mientras ellas enfrentan las duras jornadas con una sonrisa.
La vida de estas mujeres presenta varias facetas.
Primero, la renuncia extrema al erotismo es un tema sin duda fuerte. Georges Bataille dijo (influenciado sin duda por Freud) que la reproducción física tiene afinidad con la muerte. La castidad en cambio es la negación a esa finitud. Entonces, la completa entrega al amor místico en tanto ejercicio espiritual es la posibilidad de ser eternos.
Profundizando en este pensamiento, desde la era de la piedra hasta la conquista del espacio, la vida nunca dejó de ser difícil para el humano. Siempre hubo mucho dolor en el mundo para los que rondamos bajo este sol. Son vidas que van más allá del goce y las pasiones más mundanas, la voluptuosidad, la fricción de los cuerpos, la sangre, los ciclos, la corrupción de los cuerpos y el pecado de la carne. Ellas rompen el ciclo del nacimiento de un nuevo ser, y la desaparición del que lo ha engendrado. El celibato es una regla en la que entran estos cálculos. Intenta más bien cortar con los ciclos de la naturaleza.
Ante sus ojos de paloma y descreídas de que el mundo ofreciera algo nuevo de verdad, se resignaron a hábitos frugales y modestos. De pronto, el siglo 21 las recibió con las puertas abiertas de par en par. Los bancos son las nuevas catedrales y el dinero el nuevo dios. Un escenario consumista, hiperrealista y globalizado, en su búsqueda incesante de placer, bienes, materialismo, pero sus padecimientos siempre han sido los mismos: la enfermedad, la muerte, el desamparo y el hambre.



Ellas hicieron “tripa corazón” (como reza la jerga) y mantuvieron su atención en arcaicos ejercicios de oración y contemplación en conventos. Su manera de vivir se desentiende del torbellino de promociones, shoppings, turbulencias de clases sociales y cheques rebotados, ellas y sus hábitos son un fenómeno muy naturalizado, aunque extraño si lo vemos en una perspectiva objetiva. Como era un principio – y a pesar de la actual y estruendosa reivindicación de la mujer –, las monjas han continuado su camino. En este mundo feliz, un mundo que pretende desmentir el dolor y la muerte, su religiosidad pretende mirar estos hechos de frente, buscar la luz de la trascendencia más allá de éstas.
El llamado de Dios se responde yendo a él mediante el sacrificio, la entrega y la contemplación. Lo que nosotros vemos de raíz antigua y oriental, para ellas consiste en la savia misma de la vida. Pero ¿de qué van estas mujeres castas, consagradas a ser esposas de Dios? ¿De un Dios a menudo ilustrado con pinceladas platónicas, desvirtuado hoy por instituciones eclesiásticas e intereses de diversas índoles? Ellas son los órganos internos de ese gran cuerpo llamado Iglesia.
Varias pasaron: Sor Juana Inés de la Cruz, Santa Teresa, Teresa de Calcuta, todas nos dejaron su testimonio.

Haití, países del África, Misiones, Filipinas, India, nos lleva a hablar del segundo aspecto. Congregaciones de monjas profesan la creencia de ayuda al prójimo en diversos puntos del globo. Imperturbables, las estrellas de su universo se afincan en la castidad, fe y esperanza, el tridente que las sitúa en el sosegado ojo de la tormenta. El mundo es un lugar duro, pero en el espíritu, la realidad depone sus armas.